A medida que se acerca la próxima cumbre de la OTAN, con el telón de fondo de una guerra proxy cada vez más intensa en Ucrania y el horror genocida en Gaza, el mundo sensato y moral debe rugir en señal de desafío, rompiendo las cadenas ideológicas. La OTAN es una alianza zombi que avanza a trompicones a pesar de su irrelevancia, con los colmillos chorreando la sangre de las naciones que dice proteger. En Ucrania, los miembros de la OTAN echan leña al fuego, defendiendo la escalada en lugar de la paz. Los Estados Unidos, su titiritero, representa una farsa vil, predicando la paz mientras obliga a sus aliados a financiar su maquinaria bélica. El “Domo Dorado” de Trump, un despilfarro de 175.000 millones de dólares destinado a la defensa antimisiles desde el espacio, es una apuesta temeraria que amenaza con la aniquilación global.
Sin el músculo de los Estados Unidos, la OTAN es un fraude sin poder. Su verdadera misión, pasada y presente, no es la defensa, sino sembrar el terror y fabricar enemigos para alimentar al voraz complejo militar-industrial. Esta hidra entrelaza ahora los medios de comunicación, el mundo académico y Hollywood, vendiendo la guerra como entretenimiento. La OTAN es un bazar mundial de armas, que vende armas obsoletas y prueba otras nuevas con los cadáveres de los vulnerables. Su mantra – “la paz a través de la fuerza”, “el camino hacia la paz con más armas” – es veneno orwelliano, que utiliza el lenguaje como mordaza para silenciar la disidencia. Quienes se atreven a cuestionar esta locura son tachados de traidores a la paz.
La cumbre de La Haya repetirá su manido guion: presupuestos militares disparados – que ahora podrían alcanzar el 5% del PIB – que desvían recursos de la sanidad, la educación y los pobres. Rusia y China serán vilipendiadas como amenazas existenciales para justificar este saqueo. La OTAN desprecia la Carta de las Naciones Unidas y su propia carta fundacional, dejando a su paso una estela de naciones devastadas y civiles muertos. Sus animadores – think tanks, medios de comunicación y funcionarios belicistas – exigen una “OTAN más fuerte, más justa y más letal”, ansiosa por armas hipersónicas, ataques preventivos y militarización del espacio. Esto no es defensa, es dominación con esteroides.
El bombardeo de la República Federativa de Yugoslavia en 1999 fue un punto de inflexión en la historia de la OTAN. Lanzado sin la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU, fue un ataque descaradamente ilegal, justificado con un falso pretexto “humanitario”. No existía base legal alguna; las acciones de la OTAN burlaron los artículos 51 y 2(4), sentando las bases para un militarismo sin ley disfrazado de moralidad. Su 50º aniversario se celebró con bombas sobre un Estado soberano que no representaba ninguna amenaza para la OTAN. Fue la promoción de la doctrina “fuera de zona”, algo que resultará muy útil en las próximas intervenciones en Afganistán, Libia y Siria. La campaña de bombardeos de 1999 no tuvo que ver con la protección de los Derechos Humanos, sino con el trazado imperial de fronteras, el nacimiento de Estados clientes como Kosovo y de puestos avanzados como Camp Bondsteel, la fortaleza estadounidense en los Balcanes. El conflicto de Kosovo era complejo y el sufrimiento real, pero la intervención ilegal de la OTAN desató el caos y no rindió cuentas por crímenes de guerra como el uso de uranio empobrecido, los ataques contra infraestructuras civiles y un número significativo de “muertes colaterales”. Le dio a la potencia hegemónica un cheque en blanco para redibujar mapas y destruir Estados. De facto, abrió la caja de Pandora para cualquier otra gran potencia.
En mayo de 2000, durante una conferencia en el Centro George C. Marshall con motivo del primer aniversario de la intervención de la OTAN, lancé una advertencia al estilo de Casandra: que Macedonia, mi país, pronto se vería envuelta en un conflicto militar como consecuencia del efecto dominó. Nueve meses después, esa predicción se hizo realidad. La OTAN, junto con la UE, impuso una lógica de partición étnica, haciéndose eco del modelo utilizado en Bosnia. Hasta el día de hoy, los Balcanes se asfixian bajo el legado del llamado “humanismo militar” de la OTAN (por utilizar la expresión de Chomsky). Las medicinas de construcción estatal de la UE hicieron el resto. Toda la región sigue pareciendo un polvorín. Irónicamente, en 2018, Macedonia – rebautizada como Macedonia del Norte – renunció a su identidad constitucional a cambio de la adhesión a la OTAN, seducida por promesas vacías de paz, prosperidad y seguridad. En cambio, el país se encuentra envuelto en el atolladero de Ucrania, con la expectativa de destinar hasta el 5% de su PIB a armamento, mientras más de un tercio de su población languidece en la pobreza.
El coste económico y social de la OTAN es catastrófico. Su exigencia de presupuestos cada vez más elevados – del 2% del PIB, ahora al 3,5% o al 5% – es una sentencia de muerte para el bienestar social. Los hospitales se derrumban, las escuelas se deterioran y los ciudadanos se ven aplastados por la austeridad, mientras los señores de la guerra de la OTAN se dan un festín con nuestros impuestos. Los círculos anti-otan condenan con razón este vampirismo económico, pero sus llamamientos a la restricción presupuestaria o a pequeños ajustes de austeridad son parches en una enfermedad terminal. Estas medidas paliativas dejan intacta a la bestia, libre para desangrar a las naciones. La verdadera cura es radical: disolver completamente la OTAN y abrazar un multilateralismo basado en el principio de la Carta de las Naciones Unidas: la paz por medios pacíficos. Cualquier cosa menos que eso es complicidad en sus crímenes.
Los movimientos pacifistas protestarán contra la cumbre en La Haya y en otros lugares, pero la élite de la OTAN, atrincherada tras cordones de seguridad, se burlará, al igual que sus medios de comunicación serviles. La complicidad de la OTAN en el genocidio de Gaza y la catástrofe de Ucrania quedará enterrada. La clase dominante, sorda a la protesta pública, se nutre de nuestra practicidad y civismo. El activismo por la paz debe ser una rebelión implacable y diaria, no un espectáculo de cumbres. Los belicistas gobiernan nuestras naciones, financiados por nuestro trabajo y nuestros impuestos, lo que hace que esta lucha sea también local. En mi país, Macedonia, el partido Levica exige la retirada del país de la OTAN. Mi programa presidencial para 2024 proponía un acto sencillo y desafiante: enviar una carta al Departamento de Estado de los Estados Unidos para salir de la alianza y adoptar la neutralidad.
En un mundo fracturado y multipolar, donde el errático reinado de Trump ha destrozado el orden, la OTAN y la UE se están fusionando en un monolito militarizado. La iniciativa ReArm de la UE borra sus fronteras. No se trata de ideología, se trata de supervivencia. Como el niño del cuento de Andersen, debemos gritar la verdad: la OTAN es un destructor desnudo que perpetúa la violencia (física, estructural y cultural) mientras destripa el sistema de la ONU y pone en peligro la paz mundial.
Disolverla. Abandonarla. Elegir la neutralidad militar y trabajar por un futuro compartido para la humanidad. No hay otra opción.
No a la OTAN. Sí a la paz.