En su mensaje de condolencia con motivo del fallecimiento del destacado líder uruguayo José “Pepe” Mujica, el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, destacó: “Su extraordinaria vida nos recuerda la oscura época de las dictaduras militares respaldadas por Washington”. Este recordatorio es necesario para evitar la trampa que la retórica de los medios de comunicación dominantes ha preparado para las fuerzas progresistas del Sur Global.
Tras su fallecimiento el 13 de mayo, Pepe ha sido celebrado simplemente como “el presidente más humilde (o más pobre) del mundo” por algunos medios de comunicación como la BBC y Al Jazeera, pero esta narrativa simplista oculta una profunda verdad: bajo su austero estilo de vida ardía el espíritu inquebrantable de un revolucionario que nunca abandonó sus principios revolucionarios. A diferencia de muchos exguerrilleros que entraron en la política convencional y diluyeron sus principios, Mujica transformó sus métodos sin perder su esencia.
De la resistencia armada al liderazgo político
Nacido en 1935 en Montevideo, Mujica se unió en la década de 1960 a los Tupamaros, un movimiento guerrillero urbano que se enfrentó al régimen capitalista dependiente de Uruguay. Inspirados por la Revolución Cubana, los Tupamaros desafiaron las estructuras capitalistas mediante operaciones estratégicas contra el régimen. El compromiso inquebrantable de Mujica le valió casi quince años de prisión, incluidos largos periodos de aislamiento en condiciones inhumanas que habrían quebrado a personas menos fuertes.
Las narrativas habituales intentan decirnos: “Cuando la democracia regresó a Uruguay en 1985, Mujica y sus compañeros pasaron estratégicamente de la lucha armada a la política electoral dentro de la coalición Frente Amplio”. Lo que estas narrativas han intentado ocultar es que la “democracia” fue el resultado de la derrota de la Operación Cóndor por las luchas populares, en las que el movimiento guerrillero fue una piedra angular. Por otro lado, esta transición no representó un rechazo de los ideales revolucionarios, sino una evolución en las tácticas. Mujica siempre mantuvo que su pasado guerrillero no requería ninguna disculpa, ya que lo consideraba una respuesta necesaria a la opresión estatal y la injusticia sistémica. Hizo hincapié en su dedicación de toda la vida al cambio social transformador.
Gobernanza revolucionaria
Durante su presidencia (2010-2015), el espíritu revolucionario de Mujica se manifestó en decisiones políticas audaces. Su administración llevó a cabo rectificaciones legales, no como reformas moderadas, sino como afirmaciones radicales de la soberanía y los derechos del pueblo. Su postura contra el neoliberalismo fue inflexible: el poder del Estado existía para servir al pueblo, no para enriquecer a las élites.
La decisión de Mujica de donar el 90% de su salario presidencial a causas sociales y seguir viviendo en su modesta granja en lugar de en el palacio presidencial encarnaba su creencia de que los líderes políticos deben compartir las condiciones materiales de aquellos a quienes representan. No se trataba de un mero simbolismo, sino de una praxis revolucionaria, un rechazo deliberado de las pompas del poder. Su crítica al consumismo no era un gesto liberal; era profundamente crítico con el neoliberalismo y creía que la preservación de nuestro planeta solo sería posible deteniendo el insano sistema de consumo que sirve a los intereses del Norte Global.
Su política exterior mantuvo un carácter antiimperialista, desafiando a las empresas multinacionales y abogando por la solidaridad latinoamericana contra el capitalismo global. En los foros internacionales, sus discursos se hacían eco de figuras revolucionarias, ofreciendo críticas mordaces al consumismo y la destrucción del medio ambiente, al tiempo que pedía la solidaridad global entre los pueblos oprimidos. Además, los principales medios de comunicación intentaron exagerar y descontextualizar sus críticas al Gobierno venezolano, mientras que pasan por alto sus elogios al movimiento chavista y su reconocimiento de los esfuerzos de Maduro como legítimo sucesor de Chávez en el avance de la Revolución Bolivariana.
Un legado revolucionario
La trayectoria de Mujica constituye un poderoso contraejemplo a la narrativa de que entrar en las instituciones estatales corrompe necesariamente los ideales revolucionarios. Demostró que se puede ejercer el poder político sin traicionar la lucha que lo hizo posible.
Para Mujica la revolución nunca terminó sino que evolucionó para adaptarse a las condiciones cambiantes. Su compromiso con la justicia, la igualdad y el antiimperialismo no se vio comprometido por su ascenso al poder, lo que lo convirtió en un auténtico revolucionario que se mantuvo fiel a sus principios hasta su último aliento.
La sencillez de Mujica no era una renuncia a los ideales revolucionarios, sino su máxima expresión: la encarnación viva de la resistencia contra los excesos del capitalismo y un testimonio de la vigencia de los valores revolucionarios en la política contemporánea.