Los últimos días han parecido un capítulo decisivo en el conflicto ucraniano: un momento de tensiones crecientes, giros repentinos y un juego de ping-pong diplomático entre Moscú y Occidente. Un Occidente aparentemente dividido y en disputa ahora parece unido en su apoyo a Kiev. Trump, el pacificador, parece estar dejando los actos finales a los adolescentes poco serios de Europa, captados por las cámaras con sonrisas más propias de escolares traviesos pillados in fraganti.
Lamentablemente, el 80 aniversario de la victoria sobre el fascismo solo ha puesto de manifiesto la inmadurez de las élites políticas occidentales actuales. En lugar de mostrar respeto o remordimiento por las atrocidades del pasado, Macron, Merz, Starmer y Tusk disfrutaron de un fin de semana alegre (a juzgar por sus caras sonrientes). Y por si fuera poco, comenzaron a tramar un nuevo “plan heroico” para prolongar la guerra en Ucrania. Una de estas “brillantes ideas” es la propuesta de crear otro tribunal de La Haya para investigar los crímenes de guerra en Ucrania (La próxima cumbre de la OTAN tendrá lugar en la misma ciudad). Parece otro tribunal ficticio… Si no fuera tan trágico, sería cómico, teniendo en cuenta que estos mismos líderes ignoran sistemáticamente el derecho internacional, la CPI, la CIJ y las órdenes de detención judiciales cuando se trata de figuras como Netanyahu, que deambula libremente por el mundo. Mientras tanto, amenazan con ataques con drones a los líderes mundiales que se dirigen a Moscú.
Lamentablemente, el joven e inexperto ministro de Asuntos Exteriores de Macedonia, Timčo Mucunski, se apresuró una vez más a ser el primero en aceptar el tribunal, quizá ansioso por demostrar su lealtad, sin detenerse a reflexionar sobre el pasado de su propio país. Pareció olvidar la amnistía concedida a todos los implicados en crímenes de lesa humanidad durante el conflicto de 2001, mediante una maniobra política orquestada por su propio partido. Ese mismo partido aceptó un ultimátum de la rama política de los paramilitares del UÇK (Ejército de Liberación de Albania) macedonio para formar una coalición postelectoral en 2011. Pero esa es otra larga y dolorosa historia, sobre (in)justicia y memoria (selectiva).
Desde hace tiempo está claro que el papel de Europa no es impedir la violencia, sino impedir la paz. En los primeros intentos de Trump por normalizar las relaciones con Moscú – no por amor a la paz, sino por cálculos geopolíticos –, los principales obstáculos provinieron de sus aliados europeos, que siempre han aplaudido la guerra. Aun así, la inconsistencia de Trump y su tendencia a cambiar de opinión solo requerían un poco de paciencia. Se ha cansado de la farsa de la paz y ahora está pasando gradualmente el trabajo sucio en Ucrania a los europeos. Por cierto, ¿recuerdan “Que se joda la UE”? ¿Y quién lanzó el Euromaidán?
Puede que Trump no quiera la guerra, pero sigue enviando armas. Los europeos hablan de paz mientras agitan un gran garrote, aunque totalmente imaginario. Sus delirios de derrotar a Rusia son pura palabrería; sus arsenales están agotados. La iniciativa de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, “ReArm Europe”, no es más que un concepto para una mayor militarización y apoyo al complejo militar-industrial. Incluso si existiera el dinero, que no lo hay, la implementación del plan llevaría años. Y Ucrania no tiene años.
En resumen, los últimos días han traído más de lo mismo: nuevo belicismo disfrazado de liderazgo audaz. ¿La única novedad? El presidente ucraniano Zelensky se ha autoasignado el papel de Gary Cooper en High Noon (traducida como “A la hora señalada” en Latinoamérica o “Solo ante el peligro”). Pero, a diferencia del comisario Kane, no tiene una esposa cuáquera ni una voz pacifista a su lado. Cuando escuché a Zelensky desafiar a Putin a un enfrentamiento en Turquía, lo primero que me vino a la mente fue otro clásico del cine western: Gunfight at the O.K. Corral. Elija la película de vaqueros que más le guste, cualquiera le vale. Porque este duelo de relaciones públicas para ver quién es más valiente y quién es un cobarde solo sirve para ocultar la realidad del campo de batalla, donde Occidente sigue luchando hasta el último ucraniano.
No es ninguna revelación decir que el único intento real de negociación para poner fin a la operación militar especial tuvo lugar en febrero-marzo de 2022, y que Gran Bretaña (y los Estados Unidos) se apresuraron a sabotearlo desde el principio. El resto es una historia sangrienta de un millón de víctimas y una destrucción enorme. Algunos creyeron ingenuamente que Trump quería, podía y sabía cómo poner fin a este complejo conflicto. Pero esto no es Bosnia en 1995, ni Macedonia en 2001, para dictar e imponer una supuesta paz.
Lo sorprendente es que ningún Estado ni organización haya pedido seriamente una diplomacia dirigida por expertos o una mediación profesional. En cambio, se envía a Zelensky, incluso se le anima, a aparecer en Turquía, en el lugar de las negociaciones, confiando únicamente en su imagen heroica para intimidar al adversario. Pero Putin tiene demasiada experiencia y astucia como para sentarse a la mesa con pretextos tan endebles. Esto no es diplomacia, es una película de vaqueros, animada por Occidente, que amenaza con que si su campeón no gana, entonces… ¿qué exactamente? ¿Qué más podrían sacar de su caja de herramientas de sanciones? ¿Y qué han logrado las sanciones anteriores? En su mayoría, se han disparado en el pie.
¿Cuál es la alternativa a Trump, el pacificador? Convertirse en Biden.
El orden mundial está hecho trizas. La diplomacia se ha convertido en una broma, en un juego para aficionados. Sin tomar partido, la conclusión se escribe prácticamente sola: Putin es un estadista (con mayúscula) y el ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, un diplomático (con mayúscula), tipos cada vez más raros en el mundo, más propios de Oriente que de Occidente, donde el diálogo sigue significando ultimátums, coacción y demostración de fuerza. Estos dos no tienen homólogos dignos con los que entablar conversaciones serias, y mucho menos negociaciones de paz significativas.
Todo apunta a una guerra prolongada – al fin y al cabo, el propio Putin utilizó finalmente la palabra “guerra” – hasta el inevitable final.