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La respuesta de China al acoso: las lecciones históricas aprendidas

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Un amigo de otro país publicó recientemente en las redes sociales: “Visité la exposición El camino hacia el renacimiento en el Museo Nacional de China. Cuenta la desgarradora historia del ‘siglo de la humillación’. Ahora por fin entiendo por qué todos los ciudadanos chinos se sienten obligados a visitarla. La mayoría de las naciones habrían ocultado o borrado un capítulo tan vergonzoso. Pero China no, y por una buena razón. El pueblo chino ha jurado no volver a ser humillado jamás”.

No hace falta ser historiador para comprender el sufrimiento, la explotación y la humillación que padeció el pueblo chino desde mediados del siglo XIX hasta la victoria de la Revolución China. Fue un periodo de profundo trauma nacional: derrotas militares, colapso social, subyugación colonial y una serie de tratados desiguales impuestos por las potencias occidentales.

Finalmente, hablé de la era de la humillación con otro colega, un académico más joven de Shanghái, y le pregunté por sus efectos en la política actual de China. En una correspondencia privada, me escribió lo siguiente: “La humillación fue demasiado profunda y aterradora como para que la olvidemos. Ese siglo fue posiblemente el más oscuro de la historia china. La civilización china estuvo a punto de ser exterminada y colonizada. Esa lección nos enseñó que no debemos esperar que otras naciones sean amigas nuestras, sino que debemos ser capaces de desarrollarnos y defendernos”.

Estas experiencias históricas ofrecen una perspectiva crucial para interpretar el comportamiento de los líderes chinos en el turbulento contexto mundial actual. Mi colega, el profesor Zhang Weiwei, de Shanghái, habla de China no solo como una nación-Estado, sino como una civilización-Estado, una entidad política y cultural arraigada en 5000 años de tradición ininterrumpida, a pesar de los cambios de dinastías y de configuración territorial. Cuando se habla con ciudadanos chinos de a pie, especialmente con las generaciones más jóvenes, se percibe un optimismo y un orgullo nacional palpables, que contrastan radicalmente con el ambiente que se respira en muchas sociedades occidentales. Sorprendentemente, este orgullo no se traduce en odio, resentimiento o llamamientos a la venganza. Más bien, China ha salido de su humillación histórica con un firme compromiso con la dignidad, la paz y la cooperación.

Que un país pueda levantarse de una degradación tan profunda para convertirse en una potencia económica mundial, al tiempo que promueve narrativas de asociación y respeto mutuo, es algo extraordinario. China es, en muchos sentidos, una rareza mundial.

Todas las naciones están moldeadas por las pruebas históricas, sociales y políticas que han soportado. La memoria colectiva no es el recuerdo de primera mano de los acontecimientos, sino la transmisión intergeneracional de las lecciones históricas y la identidad. Muchas naciones, cuando se les da la oportunidad de curar sus propios relatos históricos, caen en la trampa de destacar solo sus momentos más gloriosos. Al igual que una selfie retocada con Photoshop, esto crea una imagen halagadora pero falsa. El enfoque maduro de la historia no es la amnesia selectiva, sino la introspección valiente. Se necesita sabiduría para aprender de las humillaciones del pasado y fuerza para declarar: nunca más.

Es con este espíritu que debe entenderse la política china contemporánea. Desde los primeros días de la “guerra” arancelaria entre los Estados Unidos y China, Xi Jinping respondió con notable moderación y claridad estratégica. Mientras Donald Trump buscaba el espectáculo, China se mantuvo tranquila y metódica, respondiendo con acciones en lugar de retórica. Trump, en efecto, levantó una piedra solo para dejarla caer sobre su propio pie, un dicho chino muy similar a la expresión occidental “dispararse en el pie”. Como era de esperar, en Occidente cunde la consternación: ¿en qué demonios estaba pensando Trump?

Mientras tanto, Xi firmó docenas de acuerdos de cooperación bilateral – más de cuarenta solo con Vietnam – y amplió las relaciones diplomáticas y económicas de China, incluso con algunos países racionales de la UE. China no permitirá que se la devuelva a la condición de Estado subordinado o humillado. No se deja intimidar por insultos racistas como los proferidos por figuras como JD Vance, que tildó a los ciudadanos chinos de “campesinos”. A diferencia de sus oponentes, China persigue sus intereses nacionales sin recurrir a la humillación ni a la coacción.

Lamentablemente, el camino que se avecina parece cada vez más difícil. Los aranceles comerciales estadounidenses han perdido su justificación económica y pronto podrían dar paso a un sistema integral de sanciones de facto. El objetivo es claro: aislar y debilitar a China bajo el pretexto de la competencia económica. La cuestión de Taiwán sigue siendo el detonante más peligroso, una posible trampa militar. Los analistas predicen ahora que Washington presionará a las naciones más débiles para que rompan sus lazos con China a cambio de una reducción de los aranceles u otros incentivos.

Sin embargo, China no es el país que era hace un siglo. No cederá ante el acoso imperial. Los intentos de instaurar regímenes amigos mediante revoluciones de color ya han fracasado en Georgia, y más aún en Rusia. Un análisis sobrio revela que los Estados Unidos no ha ganado una guerra importante desde antes de Vietnam, y podría decirse que también está perdiendo en Ucrania.

A largo plazo, China se adaptará y resistirá, aunque el resultado difiera de la visión actual de Pekín. Algunos analistas están seguros de que China aumentará considerablemente su ventaja en crecimiento económico en 2025 con respecto a los Estados Unidos. Sin embargo, existe una preocupación mundial mayor que va más allá de ganar la carrera económica. A saber, el plan de paz para Ucrania se está desvaneciendo, Europa se está rearmando y las crisis mundiales siguen sin resolverse. Trump no es un pacificador, pero tampoco es el dueño de la Casa Blanca. Mientras tanto, Gaza se está vaciando a una velocidad aterradora – muere un niño cada 45 minutos – y, sin embargo, el mundo no ve ninguna vía para resolver la situación.

Arrastrar a China a una confrontación militar podría resultar catastrófico para el llamado Imperio del Caos. Puede que tenga consecuencias negativas para China, pero esa medida será un catalizador para la caída del Imperio. Sin embargo, el resto del mundo también pagará un precio que podría ser demasiado alto. A menos que la mayoría global despierte y se una más rápido de lo previsto…

Fin del ARTÍCULO
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abril 22, 2025
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