En la Conferencia de Seguridad de Múnich de febrero de 2025, el primer ministro macedonio, Hristijan Mickoski, fue el único europeo que aplaudió el discurso del vicepresidente estadounidense, JD Vance. Desde Múnich, Mickoski se dirigió a Washington D.C. para asistir a la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC). En la CPAC, dijo que los Estados Unidos podría utilizar a Macedonia para maniobrar contra Rusia y China. En otras palabras, un pequeño país se ofrecía como campo de batalla para las grandes potencias.
A su regreso a Skopie, los periodistas le preguntaron si esto marcaba un cambio en la política exterior de Macedonia, que hasta entonces había estado dictada por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y por la Unión Europea (UE). Su respuesta fue: “Somos de los primeros en saltar al terreno de juego. Ese es mi estilo; no hay una segunda oportunidad para causar una primera impresión. Estamos en el campo, y los demás pueden venir detrás de nosotros. Debemos encontrar un lugar para nosotros en la nueva normalidad”.
Pero, ¿cuál es exactamente la “nueva normalidad” para un país de la periferia de Europa? Hasta hace poco, Macedonia no tenía grandes dilemas de política exterior, ¡simplemente porque no tenía política exterior! Las élites seguían las directrices de Bruselas. La pertenencia a la OTAN y a la UE se convirtió en un sustituto de la antigua ideología socialista; es más, se convirtió en una religión secular, un dogma que nadie se atrevía a cuestionar. Justo antes de unirse a la OTAN, tras un cambio inconstitucional e impuesto de la constitución y el nombre del país, un representante de la coalición gobernante (más tarde viceprimer ministro) declaró: “¡Para nosotros, el sol sale por el oeste!”. Pero ahora parece que hay dos soles, ambos saliendo por el oeste, lo que deja a los estados pequeños y dependientes ante una elección imposible.
La “segunda venida” de Trump ha destrozado la ilusión de unidad occidental, dejando al descubierto profundas fracturas dentro de lo que antes se consideraba un bloque atlántico monolítico. Su plan de paz para Ucrania (aún hipotético y sin desarrollar) ha sumido a la OTAN en el caos, cuando no en una parálisis total. Algunos analistas ya hablan de un mundo post-OTAN. Otros describen la alianza como una estructura “zombi”, una reliquia de la primera Guerra Fría, mientras que otros predicen su transformación parcial o completa. El destino de la OTAN, como tantas otras cosas, depende ahora enteramente de la voluntad de los Estados Unidos.
Las frecuentes cumbres de determinados países europeos, que forman estructuras que no son ni plenamente OTAN ni totalmente UE, no hacen más que aumentar la confusión. Algunos Estados miembros de la UE se han apresurado a alinearse con diferentes facciones dentro de la división transatlántica, lo que refleja la creciente desunión. Al mismo tiempo, la UE ha perdido su brújula moral y su propósito estratégico, pasando de una agenda de bienestar a una de guerra.
La confusión actual en Macedonia no es solo una cuestión de política exterior; también está profundamente arraigada en la política nacional. Las élites, incapaces de construir un Estado sostenible que funcione en interés colectivo, han confiado en la promesa de que “la OTAN nos defenderá y la UE nos alimentará”. En términos religiosos, esto sería similar a esperar la otra vida, donde se superará todo el sufrimiento terrenal.
De hecho, desde 2020, Macedonia se ha convertido en miembro de la OTAN, pero la adhesión a la UE está ahora más lejos que nunca. Esto es especialmente evidente dado que Bruselas ha iniciado las conversaciones de adhesión con Ucrania en medio de una guerra, mientras que Macedonia se enfrenta a demandas de cambios constitucionales que no tienen relación con los criterios de Copenhague y son prácticamente imposibles de cumplir. La aspiración a la adhesión a la OTAN y a la UE también sirvieron para calmar las tensiones internas. Todos los conflictos tenían una resolución estándar: mirar hacia la integración europea, olvidar el pasado e incluso ignorar el sombrío presente.
Durante el discurso del embajador polaco ante el Parlamento macedonio el 10 de marzo de 2025 sobre las prioridades de la presidencia de Polonia en la UE, un diputado de la oposición señaló que la palabra “ampliación” no se mencionaba en absoluto. A continuación, concluyó: “Mientras escuchaba al embajador, me di cuenta de que las fantasías de la UE giran en torno a otra guerra con la Federación de Rusia”. Mientras tanto, el vicepresidente del Parlamento, Antonio Milošoski, del partido conservador en el poder VMRO-DPMNE (Organización Revolucionaria Interna de Macedonia – Partido Democrático para la Unidad Nacional de Macedonia), intentó una broma diplomática. Milošoski instó a Polonia y a otros Estados miembros a restablecer el diálogo transatlántico lo antes posible, haciendo hincapié en que, en cuanto a la cuestión de “a quién apoyamos”, la mejor respuesta ahora es: “Estamos con Donald (en referencia a Trump y Tusk)”, en referencia a Donald Tusk, el primer ministro de Polonia.
El nuevo ministro de Asuntos Exteriores ha anunciado una política de “tres pilares”: la OTAN, la UE y los EE.UU. Sin embargo, esta supuesta nueva fórmula no es el resultado de un pensamiento estratégico, sino más bien un intento de evitar elegir entre dos facciones occidentales en conflicto: una que insiste en prolongar la guerra en Ucrania (la UE) y otra que acepta a regañadientes la “nueva realidad geopolítica” y busca un acuerdo de paz con Rusia (los Estados Unidos). Las élites de Macedonia simplemente han enfatizado un “pilar” adicional (es decir, los Estados Unidos) dentro del fracturado bloque occidental, fingiendo que pueden equilibrar intereses divergentes.
El problema fundamental es que ninguno de estos tres pilares es estable. No existe una estrategia occidental común sobre ninguna cuestión importante. Las tres entidades en las que Macedonia ha apostado su futuro (la OTAN, la UE y los EE.UU.) están profundamente divididas, consumidas por contradicciones internas e impulsadas por una lógica transaccional a corto plazo. Las tres dependen y sostienen el complejo militar-industrial. El imperio estadounidense está sufriendo una erosión interna. La OTAN y la UE se están militarizando en exceso y endeudando, y lo que es peor, no están caminando como sonámbulos, sino que se precipitan hacia una guerra mundial.
Este pequeño país, Macedonia, que ya ha pagado un precio extraño pero profundamente doloroso por ser miembro de la OTAN (sacrificando su soberanía constitucional, cambiando el nombre de su estado y alterando su identidad nacional), se enfrenta ahora a crecientes demandas, independientemente de a qué facción occidental recurra. Cada centro de poder exige lealtad y sacrificio, pero ninguno ofrece nada a cambio. Macedonia carece de recursos estratégicos, metales raros o influencia económica. No puede satisfacer las exigencias de los EE.UU. de aumentar el gasto militar para la OTAN, no porque sus élites no quieran cumplir, sino porque el país está sobre endeudado y empobrecido. Difícilmente ni puede proporcionar “carne de cañón”, si lo vemos desde un punto de vista cínico, ya que su población joven está emigrando constantemente. Sin embargo, el ministro de Defensa anunció que se aprobaron seis nuevos contratos de equipamiento militar con los EE.UU. en una sesión gubernamental a puerta cerrada. Obviamente, es una forma de cumplir con el plan transaccional de Trump y apaciguarlo.
El Gobierno macedonio no es el único que se enfrenta al dilema irresoluble de intentar “tenerlo todo”. La respuesta es sencilla para aquellos que están dispuestos a sacar la cabeza de la arena: el sol, después de todo, sale por el este (con una “e” minúscula), y el mundo tiene cuatro direcciones en las que se pueden encontrar nuevos amigos.